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Carlos López Dzur Jewish Pirates of the Caribbean: Un libro de Edward Kritzler
TEXTOS SUELTOS
Por CARLOS LOPEZ DZUR / Poeta e historiador
Un largo título para las 324 páginas de texto de Edward Kritzler, su autor, quien es un promotor turístico en Jamaica. No es aquí, en este Caribe, donde él describe evidencia de «genuine piracy» / piratería fáctica / de parte de los judíos. En su lugar, nos presenta un desajustado, pero efusivo recuento del proceso de la Inquisición Española, la expulsión de los judíos de España en 1492 y la huída de refugiados que pasarán a Holanda, Brasil y Jamaica, donde influyeron activamente en el comercio («a growing role in trade») durante los siglos 16 y 17.
Obviamente, el título del libro no hace justicia al contenido específico; no obstante, las historias interesantes que se cuentan en éste. En su intención general, Kritzler nos deja la idea fundamental de que fueron «un pequeño grupo de mercaderes y aventureros judíos, los pioneros del comercio pirata en Jamaica» y quienes «ayudaron a crear un brote de libertad religiosa», al mismo tiempo. Los refugiados judíos, provenientes de Portugal, se establecieron en Jamaica, tan temprano en la época como en 1511, siendo probablemente los primeros agricultores de caña, otros pocos, por lo costoso de la labor bucanera, los primeros piratas.
Los británicos están entre los primeros observadores del fenómeno. Así el Almirante William Penn (padre del predicador William Penn, establecido en Filadelfia), invadió la isla de Jamaica, quitándosela a España en 1655, e informó que, en la tarea invasora, tuvo la ayuda de los judíos y marranos locales (crypto-judíos y sefarditas), quienes les permitieron a los ingleses su permanencia en el territorio invadido. Para el año 1720, casi el 20% de los residentes de Kingston fueron judíos.
Más o menos, ese es el pasado jamaiquino; hoy sólo se piensa, en ellos, como una negrada que, en el mejor de los casos, por la voz del finado Bob Marley y el grupo de raggae The Wailers, recuerda las judiadas y su temática religioso-política.
Edward Kritzler trata de explicar por qué Jamaica fue la isla que advino como un lugar seguro y de refugio para los comerciantes judíos y cómo hicieron ellos de ésta «a center of the pirate trade», el corazón del contrabando que originarían más tarde a los llamados boucaniers / buccaneers. Fue España misma la que desencadenó el proceso a finales del siglo XV. Kritzler culpa a la Inquisición que desatara la diáspora. El judío aventurero advendrá como ilícito («freewheeling outlaws») y desafiará la navegación oficial creando barcos con nombres tales como Profeta Samuel, Reina Esther y Escudo de Abraham. Atacarán flotas españolas y harán alianzas con potencias europeas para asegurarse la seguridad. Ya no querrán vivir escondidos ni humillados. A algunos, como dice el subtítulo del libro, les motiva la búsqueda de riqueza, libertad y venganza. El por qué de la venganza tiene un aspecto afectivo.
El autor nos recuerda que se habían vivido, antes de la expulsión, «muchos siglos de relativamemte fructífera existencia en Iberia» y con la expulsión, «miles, si no millones, de judíos se hallarán en situación precaria, en tanto que el Imperio Católico se reunificó y reestableció sobre los moros. Los judíos fueron obligados a hacerse conversos o irse y muchos fueron torturados o asesinados por la Inquisición».
Esta situación / romper la convivencia pre-católica en Iberia entre árabes, moros y jidíos, incita a la venganza y explica que haya judíos que se aliaron con la piratería al servicio de árabes y otomanos. Este es el caso de Sinan, quien siendo judía, nació en Turquía.
El éxito, cuando crean las empresas cañeras, en el Nuevo Mundo, aún cuando no cuentan con el comercio de España, se explica en términos de su fidelidad a la comunidad. Esta afirmación de Kritzler es señera: «They survived and were successful because they were their brother's keepers, and remained faithful in their own communities».
Este éxito, en cierto modo, también es debido a la diversidad de recursos que inciden en la comunidad. Hay inversionistas judías, más afuera que adentro de la isla, se compran barcos propios, los marinos sobran; pero hay que cuidarse de soldados y espías enemigos que España tiene. Esta tarea es crucial. Los espías y enemigos pueden ser británicos u holandeses en servicio de España. Las versiones sobre el mundo pirata en el Caribe están muy ficcionalizadas; de ahí la importancia de la bien documentada e investigada presentación de Edward Kritzler cuando nos habla de este aspecto: el espionaje y el choteo del que debe cuidarse un grupo pequeño e históricamente hostilizado.
Es interesante cuando cuando se explica cómo los herederos de Cristóbal Colón caen en desgracia ante las Coronas de España y de Inglaterra. A fin de contextualizar, el investigador no pierde ocasión de informar sobre la trayectoria de figuras históricas importantes en esa época y el tipo de sus comportamientos: e. g., Oliver Cromwell, Peter Stuyvesant, el capitán Henry Morgan, los Reyes Charles de Inglaterra y Felipe de España, quienes entran en esta historia, «sometimes in surprising, important and even crucial ways».
El historiador Azriel Bibliowicz nos recuerda que «los judíos de las Antillas, especialmente Curazao, apoyaron económicamente la gesta libertadora de Simón Bolívar y entre ellos se destaca Mordechai Ricardo»; pero, pese a esa actitud, cuando reciben el derecho a radicarse en Sur América, especialmente, Colombia y Venezuela, «estos derechos se confirieron con una gran ambivalencia, ya que establecieron restricciones y básicamente a estos judíos sefardíes se les permitiría residir únicamente en la costa del Caribe». Vid. ¿Cuál es la implicación de esa desconfianza, aún pasado el tiempo turbulento de la piratería, si fuese ésta la razón de quererlos aislados?
De entre los judíos de quienes Edward Kritzler nos da cuenta están: Moisés Cohen Henríques, «a Dutch privateer», acreditado por la captura en La Habana de una flota platera en 1628, su hermano Abraham Cohen, traficante de armas, utilizaba su poder económico para ayudar a conseguir lugares de protección para otros judíos en desgracia («a safe havens for other Jews»); Sinan «the Great Jewish Pirate», aliado con los piratas de Barbarrosa, fue su segundo al mando, a mediados del siglo 16. El autor nos cuenta sobre un rabino pirata, Samuel Palache, fundador de una comunidad judía en Holanda, siendo jovenzuelo.
La saga de los judíos en América es, por cierto, la de aquellos sefarditas que desafiaron a sus perseguidores y la de astrónomos y cartógrafos menospreciados por se judíos o «conversos», «malos cristianos», por no ser «viejocristianos» o «puros», según la Inquisición. Cristóbal Colón fue uno y el debate sobre su judaísmo aún sigue. Entre otros piratas judíos que se informan en el libro, mencionables son: Yaakov Koriel, comandante de tres barcos piratas.
De sus actividades, mucho más tarde se arrepintió y terminó en Safed como un aprendiz de la Kabbalah de Ari (Rabbi Isaac Luria), cercano a cuya tumba se le enterró. Otro de los mencionables es: el alegado descubridor de la isla de Easter, David Abrabanel, proveniente de una dinastía rabínica española (a la que perteneció el Rabbi Isaac Abrabanel). David se unió a los privateers ingleses después que su familia viajó hacia las costa de Suramérica. Utilizaba el nom de guerre de Captain Davis y comandaba la nave The Jerusalem.
De entre los corsarios judíos en Sur América, Kritzler destaca a los que, en cualquier día, atacaban los barcos chilenos, menos en el día del Shabatt. El alimento en sus naves era kosher y se comunicaban en carta en el idioma hebreo. Uno de esos piratas fue Subatol Deul. En uno de sus viajes, se vio con el hijo del pirata Sir Francis Drake, y lejos de temer a Henry Drake, lo confronta y le pide una alianza anti-española que, en la historia de la piratería, vendría a conocerse como la Fraternidad de la Bandera Negra, Black Flag Fraternity.
Al destacar las hazañas de Moisés Cohen Henriques, asesor del pirata Henry Morgan, «el más famoso de todos los tiempos», nos explica su viaje en 1628, junto al almirante holandés Piet Hein, de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Piet Hein odiaba a España en cuyas galeras fue esclavo y sirvió como tal por cuatro año en un galeón. Heit y Cohen rebatieron barcos españoles fuera de la Bahía de Matanzas, Cuba, apropiándose de tesoros de plata y oro. Uno de los saqueos más grandes en la historia de la piratería. Cohen Henriques preparaba su viaje desertorio hacia una costa brasileña, donde los judíos pudieran practicar libremente su religión.
Del rabino Samuel Pallache, nacido en La Haya y líder de una comundad judía morocca en Fez, supimos que fue enviado por su padre el principa rabino de Córdoba, y quien terminaría en Morocco. De ahí fue enviado a Holanda por el sultán de Morocco, quien buscaba aliados contra España. Samuel terminará siendo amigo personal del Duque y Príncipe Maurice, quien lo comisionó como privateer. Entonces sirvió, bajo la bandera holandesa, como pirata por años y reclutaba a marranos para su tripulación.
El historiador judío jamaiquino Kritzler, quien realiza giras privadas por cuevas de piratas judíos en Jamaica, presenta la evidencia de tumbas olvidadas que atañen a ese pasado de piratería. Algunas contienen significativas inscripciones: Estrellas de David y códigos en hebreo,con símbolos piratas como la calavera y los huesos cruzados. Tumbas similares se han encontrado no sólo en Jamaica, sino en las cercanías de Bridgetown en las islas de Barbados y la vieja zona de juderías de Curazao.
Obviamente, él está aún muy lejos de agotar el tema de la piratería en el Caribe y de esa inmigraciones a las que contextualiza en la idea de que la llegada al Nuevo Mundo representó un refugio, tierra de protección y libertad, para judíos «oppressed Jews and other people of Europe» y otras gentes europeas en iguales condiciones, «in those turbulent days of discovery, conquest and exploitation».
Si bien se destaca que el mismo re-descubridor europeo Colón vino a las nuevas tierras americanas, acompañado de algunos judíos, el tema de los judíos y su influencia pobladora, lingüística y político-económica, es novedoso y aún parcialmente estudiado. El escritor domininicano Diógenes Céspedes observa con razón: «Clandestinos o no, procedentes de Portugal, Flandes, Holanda o Países Bajos, Dinamarca e Inglaterra, casi todos estos reinos con posesiones en el Caribe, los judíos comenzaron, disfrazados de católicos (marranos o conversos), a asentarse en estas tierras e incluso de donde vinieron en número mayor fue de la Península».
A diferencia de quienes estudian la llegada del judío al Caribe hispánico y su rol elitista, Kritzler no destaca, quizás por limitaciones para consultar archivos españoles, ese proceso de olas migratorias que acompañaron a los canarios en la fundación de Quisqueya, por ejemplo, y su delicada naturaleza, en dos distintos periodos. «El dominio político y cultural de la burguesía ha estado en manos de una élite sefardí que con contadas excepciones ha tenido conciencia de sus raíces», escribe Diógenes Céspedes, quien es el prologuista del libro Los judíos en el destino de Quisqueya, de Jean Ghasmann Bissainthe. En J. G. Bissainthe, en particular, y en Carlos Esteban Deive, que nos habla de las familias judeoconversas portuguesas en Santo Domingo, es considerable el número de sefardíes que se asocian a las fundaciones de pueblos y asentamiento, a saber, San Carlos, Bani, Samaná, Azúa, Monte Christi y Puerto Plata, entre otras.
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